Feliz día papá gloriosos

20/06/2021


.•°*• LA HERENCIA •*°•.

Era una siesta de domingo y el hombre ya tenía decidido ir a la cancha. Su hijo de diez años, había insistido tanto en acompañarlo que le ganó por cansancio, el niño se calzó su gorrito con lanas y prometió no molestar, ni pedir helados o gaseosas mientras durara el juego. El hombre traspuso el portón de acceso al estadio con bastante antelación, sabía que en su interior que ese día llegaría inexorablemente y a pesar que lo había dilatado todo lo que pudo… finalmente estaba allí… Instintivamente encaró hacia la ubicación de siempre, pero luego al observar la gradas casi vacías optó por dirigirse al pequeño triángulo donde no llegaba el sol y en donde se había agrupado toda la gente que se encontraba a esa hora.

El hombre se acomodó lo más alto que pudo, miró de reojo el reloj… Faltaba bastante todavía y se lamentó de que no se hubiera previsto un preliminar, sin embargo hasta ahí no había experimentado ninguna otra sensación que no fueran el calor y la ansiedad.

Poco a poco las tribunas se fueron poblando, una leve brisa apenas agitaba las banderas rojiblancas y la celeste y blanca en lo alto del mástil, los vendedores de gaseosas y mandarinas hacían los últimos aprontes para largar con la primera ronda y algunos jóvenes comenzaban a entonar canciones de aliento que contagiaban a los más grandes . Cuando las tribunas populares se vieron ocupadas casi en su totalidad, recién ahí, el tomó coraje y se animó a mirar hacia la alambrada olímpica que da a la tribuna de la calle Sucre al lugar exacto donde por muchísimos años, su padre había ocupado cada vez que ¨La gloria¨ jugaba de local. Recordó entonces sus manos grandes agarrando el tejido y su cabeza metida entre el alambre y alguna bandera inoportuna que dificultaba su visión un poco desgastada ya por los años.

¿Cuántas veces le había dicho a su padre? “ Viejo … Subamos un poco que de arriba se ve mejor…” La respuesta fué siempre la misma ¨ Andá vos, ami me gusta verlo a ras del piso como lo ven los jugadores¨ .Pero sabía que el verdadero motivo por el cuál no subía era aquella vieja lesión de rodilla, que arrastraba desde sus tiempos mozos y que no le permitía escalar los peldaños.
Y así se fueron sucediendo los recuerdos empañándole los ojos y también se consumieron los minutos que faltaban para comenzar el juego. Era un partido chivo donde se jugaban mucho más que tres puntos.

El nerviosismo de los jugadores y la ansiedad de la gente hizo que saliera un juego aburrido y gris por eso no extrañó que el primer tiempo pasara sin pena ni gloria y que el marcador permaneciera sin abrirse; lo cierto es que el hombre comenzaba a pensar que al menos ese día no iba a poder encontrar eso que no sabía bien que era, pero que había venido a buscar.

El comienzo del segundo tiempo mostró a su equipo mucho más decidido y a los pocos minutos el momento esperado: desborde del puntero derecho, centro medido, cabezazo del centro delantero y GOOOOOL, el alarido de mil gargantas, el corazón se acelera, la sangre bulle, las sienes laten, la alegría es indescriptible… Pero …faltaba algo.

Durante todos esos años en los que había compartido las idas a la cancha con su padre se había establecido entre ellos una comunicación que no se daba en ningún otro orden de la vida, cada vez que instituto lograba un gol, sus miradas se cruzaban en complicidad y a pesar de los diez o doce metros que los separaban, el sentía unas intensas ganas de correr a abrazarse con su padre y así poder transmitirle todo el amor y el sentimiento que él mismo había sembrado en su interior. Sin embargo nunca pudo superar ese inexplicable escollo de vergüenza, respeto y gratitud hacia su padre.

El equipo visitante estaba dispuesto a vender cara la derrota y sometió a su rival a un intenso dominio durante lárgos e interminables minutos.

El hombre se había percatado que desde el comienzo del partido, su hijo se mostraba muy interesado en el juego a diferencia de otros días en los cuales su único objetivo eran los vendedores e golosinas y que de vez en cuando lanzaba una mirada conocida pero aún no lograba descifrar.

De pronto después de uno de los tantos ataques visitantes, la pelota salió rechazada, la tomó el jugador con el número envidiado en su espalda un quiebre de cintura a la izquierda, un enganche hacia ala derecha y el zapatazo imparable que se metió en un ángulo … Otra vez el grito estentóneo, los puños cerrados, el festejo loco … y esta vez si … el abrazo interminable apasionado… desmedido. En ese momento el hombre supo que el momento mágico que tanto esperó había llegado y que de ahora en mas cada vez que su Instituto lograra un gol el abrazo con su padre sería posible a través de aquel niño que había heredado de su abuelo la eterna y gloriosa pasión por aquellos colores .

Julio Horacio Valdez

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